miércoles, 8 de octubre de 2014

la foto



Recuerdo como mi madre ya me avisó la primera vez que te vio.

-Ese muchacho tiene una mirada turbia -me dijo.
Cuando conseguí hacerme consciente de aquellas palabras, ya era demasiado tarde. Andaba enredada entre las envolventes aguas de tus ojos verdes. No había manera de que atendiera a otra cosa que no fueras tú.
-¡niña, estás ensimismada! -me decía la abuela Antonia cada vez que me quedaba en silencio frente al televisor de su casa.
-Abuela, es que no sé qué me pasa –respondía, algo afligida.
-Lo que te pasa, criatura, es que andas atontada con ese joven por el que pareces beber los vientos. Cuídate mucho, niña, y protégete de cualquier aprovechado. ¡Será por muchachos! -vociferaba la abuela, mientras iba y venía de la sala de estar a la cocina.

No lograba entender por qué os disgustaba Mario, por qué no podíais comprender que nos queríamos y que estaba saboreando las mieles de mi primer amor. Era una adolescente de dieciséis años, que comenzaba a sentir lo que significaba ser una mujer deseada.

-Lucía, no hagas ninguna locura. Vas muy rápido con ese chico. ¿No te habrás acostado ya con él? -me preguntó una tarde mi abuela, aprovechando que estábamos a solas en casa.
-No, no…no digas tonterías, abuela -respondí rápidamente. Hizo un gesto con la boca por el que deduje que ambas sabíamos que estaba mintiendo. Por aquel entonces, ya me había entregado a ti en varias ocasiones. Y llevaba en mi vientre su consecuencia.

Menudo sobresalto  di en el baño del instituto cuando vi las dos rayas del predictor. Lo tiré a la basura y salí corriendo presa del pánico, sin mirar atrás. Queriendo con la huída, borrar cualquier rastro de la realidad. La inesperada realidad que cambiaría el rumbo de mi vida.
Han transcurrido diez años desde aquel día, y ahora con veintiséis años, aún siento miedo. Mi madre y la abuela Antonia tenían razón. Al enterarse de mi embarazo, Mario se marchó lejos. Me dijo que tenía mucho que vivir, que era demasiado joven para atarse a las responsabilidades de la paternidad. Incluso dudó de que fuera el verdadero padre.

Diez años después, te miro,  parece que me miras, nos miramos…pero ya no nos vemos. En la pequeña foto coronada por un borde nacarado, apenas se vislumbra el color de tus ojos. Esos ojos verdes en los que un día vi un inmenso lago, profundo y algo misterioso. Un lago en el que  me sumergí y del que aún hoy no he conseguido salir. Rozo la superficie marmórea y fría con la yema de los dedos, miro la fotografía en la que apareces y con lágrimas en los ojos te pregunto ¿por qué? Nadie me responde. Siento que voy a desfallecer. Como si otra vez me hubieras atrapado entre las aguas.  Y no siento la fuerza suficiente como para impulsarme hacia el exterior.
-Mamá, ¿quién es el hombre de la foto?
-Es un viejo amigo del instituto -contesto, todavía anestesiada por los recuerdos. Hacía mucho tiempo que no nos veíamos. Hacía diez años que no sabía nada de él y quería que te conociera.
- Pero mamá. Ese hombre de la foto está muerto.
- Ya lo sé, mi amor. Únicamente necesitaba ver sus ojos por última vez.

No hay comentarios:

Publicar un comentario