lunes, 27 de octubre de 2014

Gracias



Gracias por coger mi mano,
por aferrarla con firmeza, pero con cariño cuando lo he necesitado.
Gracias por cada palabra de alivio dicha  a tiempo,
por regalármela con honestidad y sin prejuicios.
Gracias por mirarme a los ojos,
por mostrarme la transparencia del afecto sin decir nada más.
Gracias por abrazarme,
por entregarte a mis brazos y permitir que yo me refugie en los tuyos.
Gracias por besarme,
por acariciar con tus labios mi boca sollozante.
Gracias por no dejarme en el camino,
y por andar a mi lado todos estos años.

viernes, 24 de octubre de 2014

el dios de las pequeñas cosas



Son tantas las pequeñas cosas… En cada una de ellas hay un dios, un dios pequeño. Este es un listado cualquiera, el que cualquiera de nosotros podía elaborar cada día de nuestra vida, si quisiéramos apreciar el valor de las pequeñas cosas.
Al despertar, miro el reloj y permanezco abrazada a la almohada cinco minutos más. Qué sensación tan agradable la de estirar las piernas entre las sábanas calientes.
Ese olor a bizcocho recién salido del horno, inundando toda la estancia de aromas de la niñez.
La grata sorpresa de recibir un mensaje de teléfono de alguien que daba por perdido.
Como se iluminan tus ojos al decirte, cuánto te quiero.
Saborear un cremoso helado de frutos rojos en esas noches de agosto en las que resulta difícil conciliar el sueño.
En los días en que amenaza lluvia, dejar que las primeras gotas empapen mi cara, y en un gesto de valentía salir a la calle sin paraguas.
Perderme entre la gente y los ruidos de la ciudad cuando la tarde va llegando a su ocaso. Pasear a solas o acompañada de alguien conocido, sin importar demasiado el destino.
El ladrido de mi perro al oír el sonido del motor del coche cuando llego a casa después del trabajo. Lames mis dedos desinteresadamente. Me das la bienvenida con frenesí y en ese instante pienso en lo que significa de verdad ser agradecido.
Saludo al señor del quiosco como cada mañana. Pienso que lo importante es lo que no necesita serlo.
Tu boca entreabierta de bebé descansado, al quedarte dormido en el sofá después de comer.
La elocuencia de las palabras que dicen aquellos que, con honestidad, quieren pedir disculpas.
Como te devoro a besos sin objeción alguna. No he probado sabor más agradable que el de tu piel después del baño, antes del baño ó mientras te baño.
Deambulo descalza por la casa al son de una bossa nova los domingos por la mañana. No me importa ni mi apariencia desgreñada ni el movimiento de las agujas del reloj.
El primer baño del verano.
En las tardes desocupadas, enfrascarme en una lectura entretenida. Pareciera que el mundo únicamente lo conformara la historia novelada y yo misma.
Sentir tu sonrisa tímida en mis oídos.
Cuando mi madre me acaricia el cabello mientras cree que estoy dormida.
Tantos son los dioses, tantas las pequeñas cosas y tan poco el valor que se le da, que hoy merecía unas líneas.

el deseo

La vasija de éxtasis de mi cuerpo
reposa en tus manos inventadas.
Manos de alquimista y orfebre.
Nunca vacilas en mi noche, 
a pesar de los caminos inciertos.
Saboreo tus gemidos silenciosos.
Acaricias mis frutos cálidos.
Te llamo en la distancia
y desapareces.
Te reclamo, abriendo la piel
y entonces, le doy forma a tu figura,
sobre mí, en mí, conmigo...
Humedezco las sábanas de deseo.
Me enciendo.
Me quiebro.
Me separo.
Me uno.
Y estalla mi vasija,
empapándome de ternura.

viernes, 10 de octubre de 2014

la excitación



Me acerco,
y un regimiento de hormigas se propone invadir mis piernas.
Me acerco más.
Las hormigas se  trasladan a mi ingle como si quisieran devorarla.
Rozo tus rodillas,
a las hormigas les salen alas y comienzan a planear sobre mi estómago.
Acaricias mi barbilla y me preguntas si estoy nervioso.
Cierro los ojos y te respondo,
-Tanto como las hormigas que ya han conquistado mi pecho.

miércoles, 8 de octubre de 2014

el desamor

El viejo quiso alzar la mirada, pero un escozor punzante le obligó a mantener los ojos cerrados. Pensó, entonces que, quizás el mismo universo le estaba brindando la oportunidad de no tener que ver esa realidad a costa de su propia ceguera.

la foto



Recuerdo como mi madre ya me avisó la primera vez que te vio.

-Ese muchacho tiene una mirada turbia -me dijo.
Cuando conseguí hacerme consciente de aquellas palabras, ya era demasiado tarde. Andaba enredada entre las envolventes aguas de tus ojos verdes. No había manera de que atendiera a otra cosa que no fueras tú.
-¡niña, estás ensimismada! -me decía la abuela Antonia cada vez que me quedaba en silencio frente al televisor de su casa.
-Abuela, es que no sé qué me pasa –respondía, algo afligida.
-Lo que te pasa, criatura, es que andas atontada con ese joven por el que pareces beber los vientos. Cuídate mucho, niña, y protégete de cualquier aprovechado. ¡Será por muchachos! -vociferaba la abuela, mientras iba y venía de la sala de estar a la cocina.

No lograba entender por qué os disgustaba Mario, por qué no podíais comprender que nos queríamos y que estaba saboreando las mieles de mi primer amor. Era una adolescente de dieciséis años, que comenzaba a sentir lo que significaba ser una mujer deseada.

-Lucía, no hagas ninguna locura. Vas muy rápido con ese chico. ¿No te habrás acostado ya con él? -me preguntó una tarde mi abuela, aprovechando que estábamos a solas en casa.
-No, no…no digas tonterías, abuela -respondí rápidamente. Hizo un gesto con la boca por el que deduje que ambas sabíamos que estaba mintiendo. Por aquel entonces, ya me había entregado a ti en varias ocasiones. Y llevaba en mi vientre su consecuencia.

Menudo sobresalto  di en el baño del instituto cuando vi las dos rayas del predictor. Lo tiré a la basura y salí corriendo presa del pánico, sin mirar atrás. Queriendo con la huída, borrar cualquier rastro de la realidad. La inesperada realidad que cambiaría el rumbo de mi vida.
Han transcurrido diez años desde aquel día, y ahora con veintiséis años, aún siento miedo. Mi madre y la abuela Antonia tenían razón. Al enterarse de mi embarazo, Mario se marchó lejos. Me dijo que tenía mucho que vivir, que era demasiado joven para atarse a las responsabilidades de la paternidad. Incluso dudó de que fuera el verdadero padre.

Diez años después, te miro,  parece que me miras, nos miramos…pero ya no nos vemos. En la pequeña foto coronada por un borde nacarado, apenas se vislumbra el color de tus ojos. Esos ojos verdes en los que un día vi un inmenso lago, profundo y algo misterioso. Un lago en el que  me sumergí y del que aún hoy no he conseguido salir. Rozo la superficie marmórea y fría con la yema de los dedos, miro la fotografía en la que apareces y con lágrimas en los ojos te pregunto ¿por qué? Nadie me responde. Siento que voy a desfallecer. Como si otra vez me hubieras atrapado entre las aguas.  Y no siento la fuerza suficiente como para impulsarme hacia el exterior.
-Mamá, ¿quién es el hombre de la foto?
-Es un viejo amigo del instituto -contesto, todavía anestesiada por los recuerdos. Hacía mucho tiempo que no nos veíamos. Hacía diez años que no sabía nada de él y quería que te conociera.
- Pero mamá. Ese hombre de la foto está muerto.
- Ya lo sé, mi amor. Únicamente necesitaba ver sus ojos por última vez.

lunes, 22 de septiembre de 2014

la lagartija desrabada


Este cuento no es totalmente mio, es una adaptación de uno que encontré navegando.

-¡Córtale el rabo, córtaselo!-  
-¡noooooooooooooooooo!- gritó desesperada, Juanija Lagartija, presa del pánico. 

Dicho y hecho, en décimas de segundo, Juanija pasó a ser una lagartija desrabotada. Separada de su rabo sin quererlo. No sólo le dolía, que le dolía mucho, sino que, además pensaba en lo terrible que se le venía encima. Y eso le provocaba más dolor aún.

-¿Qué será ahora de mi vida, sin rabo?, se preguntaba mirando desconsolada a los dos chavales que no paraban de reírse. Mientras se divertían al verla agitando su cuerpo intentando encontrar alivio, Juanija no dejaba de preguntarse el porqué de ese daño gratuito.

-¿Qué he hecho yo para merecer esto?- repetía la lagartija, una y otra vez.

Hasta ese momento, Juanija vivía feliz y tranquila entre las piedras  del campo. Como a todas las lagartijas, le encantaba tomar tranquilamente el sol sobre una gran roca plana. En muchas ocasiones se había quedado dormida y nunca le había pasado nada.

-No hay problema- se dijo a sí misma. Comenzó a buscar entre las piedras y las hierbas del camino. - Lo encontraré y lo coseré a mi cuerpo como si nada hubiera pasado - se decía con un fingido entusiasmo. - ¡No puedo vivir sin mi rabo!-.

Buscó y buscó, pero el rabo no encontró. No paró de llorar y llorar tras cada fallido intento.

-¡Qué desgraciada soy!- se lamentaba mientras aquellos a quienes veía no paraban de burlarse de tan absurda búsqueda.

-¡Aquí está, aquí está, Juanija!- le gritaban burlándose de ella.

-¡Ahí va la lagartija divorciada de su rabo!- insinuaban otros con una sonrisa sarcástica.

Tanto lloró que la lagartija pensó que lo mejor que podría pasarle era que desapareciera para siempre de la tierra, que con su rabo, también debería haber perecido ella.

Y esa fatídica tarde llegó a su fin. Al día siguiente, la lagartija no cesó en el empeño de continuar la búsqueda. Y así pasó también ese día sin fortuna para la pobre Juanija.

Después de varios días decidió dejar a un lado cualquier distracción para centrarse por completo en la búsqueda. Olvidando su casa, sus juegos y sus amigos,  pasaban los días y los meses inútilmente, y Juanija seguía buscando, preguntando a cuantos encontraba en su camino.
Un día, uno de aquellos a quienes preguntó respondió extrañado:
-¿Y para qué quieres tener dos rabos?-  
Juanija se dio la vuelta y descubrió que le había crecido un nuevo rabito, y ni siquiera se había dado cuenta. 

-Mi rabo era mejor que éste- le dijo a quien encontró en el camino.

-No sé cómo sería el otro, pero ese te sienta muy bien- le respondió el caminante.

Juanija no quedó muy convencida, pero pensó que había sido una tontería dedicar tanto tiempo a lo que ya no tenía remedio. Decidió darse la vuelta y volver a casa.

Pero de vuelta a sus rocas, encontró su rabito a un lado del camino. Estaba seco y polvoriento, y tenía un aspecto muy feo.  Después de haber dedicado tanto tiempo a buscarlo sin fortuna, y ahora, por fin lo había encontrado.

- Ha sido una señal del Universo- pensó. Lo cogió del suelo y cargó con él de camino a casa. Se cruzó entonces con un sapo, que sorprendido le dijo:

- ¿Por qué cargas con un rabo tan horrible y viejo, teniendo uno tan bonito?
- He estado meses buscándolo - respondió la lagartija.
- ¿De verdad has estado meses buscando algo tan feo y sucio? -siguió el sapo.
- Bueno - se excusó Juanija- antes no era tan feo -...
- Mmm, pero ahora sí lo es, ¿no?... ¡qué raras sois las lagartijas! . Un sabio me dijo una vez que si nos aferramos al pasado nunca podremos vivir y disfrutar el presente.- dijo el sapo. Y con un salto sobrepasó a la lagartija dejándola atrás.
- El sapo tenía razón- pensó Juanija. Ella seguía pensando en su rabito como si fuera el de siempre, pero la verdad es que aquello que había encontrado en el camino no era su rabo. Era algo que ya no tenía vida. Entonces la lagartija comprendió todo, y decidió dejarlo allí abandonado, dejando con él todas sus preocupaciones del pasado. Respiró profundamente, acarició su nuevo rabo y comenzó de nuevo el camino a casa, llena de esperanza.