El primer día que supo que su vida no sería como ella había
imaginado, fue cuando en su octavo cumpleaños no hubo celebración, ni tarta, ni
regalos, sino una plato en el centro de la mesa del salón con apenas un cazo de
crema de arroz que tenía que compartir con sus tres hermanos. En ese instante,
que recordaba desde hacía tanto tiempo y con tanta desdicha, pudo comprobar con
amargura, que la realidad se regía por unas normas ajenas a su control, y lo
más frustrante, a sus más íntimos deseos. Arián no quería sentirse distinta al
resto de niñas de su colegio, de su barrio, de su ciudad, de su país, o
del mundo, sin embargo, el hecho de
verse frente a aquel plato, junto a la mirada expectante y ansiosa de sus
hermanos ante la posibilidad de llevarse algo a la boca, le provocó un vacío en
su interior que comenzó a comérsela a mordiscos desde aquel momento.
-mamá, ¿dónde está mi regalo?- preguntó Arián tímidamente y
conteniendo un sollozo que intuía le brotaría de inmediato.
-Cómete el arroz y vete a tu cuarto, Arián- respondió su
madre sin dirigir la mirada hacia ella. Le faltó tiempo para dejarle claro que
no era ninguna broma. Arián sintió una quemazón intensa, aguda y punzante, como
si mil agujas hubiesen impactado sobre la piel de su brazo. Con una mirada fría
y llena de desprecio que ya no olvidaría durante años, vio como su madre le
quemaba con un cigarrillo, mientras volvía a repetirle- vete a tu cuarto-.
-¡Eres la peor madre del mundo y te odio!- le dijo Arián
sujetándose el brazo con la otra mano, presa del dolor y la rabia.
Fueron tantos los pensamientos que invadieron su cabeza que
le produjeron más dolor y comezón, más que la propia herida ulcerosa que se
había empezado a formar. Arian supo que la vida no sería como la había
imaginado de nuevo y pudo comprobar, también entonces, cuan intenso podía
llegar a ser el sentimiento de rencor hacia una persona. Con apenas ocho años
le pareció terrible, pero certero que en su cabeza se fijara la idea de que
odiaría a su madre el resto de su vida.
Se marchó a su habitación sin probar bocado, y con un
espantoso dolor en el brazo. Se metió en su cama y comenzó a llorar como lo que
era, una niña de ocho años sin fiesta de cumpleaños, una niña a la que su
madre, además, había quemado con un cigarrillo. Acurrucada entre las sábanas, y
con la respiración entrecortada, se fue adentrando en un mundo de fantasías e
ilusiones que la fueron alejando de aquel espantoso lugar en el que se
encontraba. Arián sabía que era la única forma de escapar de una realidad que
ni ella ni sus hermanos habían imaginado, pero que se les había pegado a sus
cuerpos como si de una garrapata se tratara, una garrapata ávida de sangre, de
alimento y energía. Alimento que a ella y a sus hermanos se les negaba en
muchos días de hambruna.
-Arián, hazme sitio.- La niña sintió como una mano fría
tocaba su hombro y la zarandeaba como ella misma hacía cuando quería meterse en
la cama y su hermana ocupaba todo el espacio. Volvió a sentir el vaivén en su
cuerpo adormecido, se giró y se dio cuenta que era su hermana Andrea. El
corazón pareció que se le hubiera volteado, se le aceleró el pulso y las pupilas
se le dilataron cuando la habitación se iluminó
al tiempo que la otra chica presionaba el interruptor de la lámpara
situada en la mesita de noche. Un sinfín
de imágines borrosas y entremezcladas pasaron delante de sus ojos que la
hicieron dar un brinco que, por poco, no la hacen caer al suelo. Dudó por unos
instantes si delante de sí tenía a la mismísima bruja de los bosques con quien
tanto soñaba últimamente, o se trataba de una ilusión óptica por el efecto que
la luz blanquecina ejercía sobre las figura de su hermana al acercarse a ella
para meterse en la cama.
-Andrea, me has asustado, le dijo Arián sobresaltada. Soñaba
que la bruja quería engullirme entera. Mientras me acercaba a su boca oía su
respiración profunda y un apestoso aliento inundaba mi cara.- menos mal que has
llegado para salvarme-.volvió a hablarle a la hermana con lágrimas a punto de
brotarle de sus ojos azules.
Andrea no era mucho más mayor que ella, pero siempre la había
protegido. Recordó como desde los
primeros días de colegio, su hermana se fue convirtiendo en su sombra, al
acecho para salvaguardarla de cualquier infortunio que pudiera suceder. Y eran
tantas las situaciones en las que había tenido que intervenir, que ya había
perdido la cuenta...
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